Asun Roma es mi nombre artístico, mi seudónimo. Con este nombre empecé a darme a conocer como artista plástica. Pero para llegar hasta ahí, Asun Roma (como ente artístico) comenzó, sin ser yo consciente de ello, en mi infancia y fue evolucionando hasta llegar a formar parte de mí y de mi identidad.
¿Te gustaría saber cómo fue surgiendo todo esto? Si tienes curiosidad por conocer como mis aficiones se fueron convirtiendo en mi formación y profesión, aquí te lo cuento.
De alguna u otra manera, mi vida siempre ha estado relacionada con el arte. Mis gustos, predilecciones y aficiones iban ligados a este, pero yo no empecé a ser consciente de ello hasta que empecé a estudiar y a especializarme artísticamente. Y fue ahí, cuando comencé a recordar y a darme cuenta de lo que había estado haciendo desde muy pequeña.
Mis primeros contactos con el dibujo
Mis recuerdos más tempranos relacionados con el arte son que casi siempre estaba con algún bolígrafo y papel o cartón blanco entre mis manos, con los que dibujaba o garabateaba algo. Mi padre me indujo a ello, casi sin darse cuenta, para tenerme entretenida. Yo siempre elegía garabatear algo (lo que veía o me imaginaba) en lugar de escribir. Aunque, a veces, me imaginaba que era una profesora rodeada de niños y hacía como que anotaba las calificaciones de mis alumnos, pero eso es otra historia.
También recuerdo que era muy curiosa y quería aprender a dibujar lo que veía, pero no de cualquier manera. Ya era muy perfeccionista cuando era pequeña, así que quería aprender bien las cosas desde el principio. Así fue como empecé a pedirle a mi madre que me enseñara a dibujar algunos objetos. Yo quería aprender de ella, pero para mi madre el dibujo nunca había sido su punto fuerte, así que hacía todo lo posible. Aun así, yo empecé a aprendiendo algunos trucos. Pero, esto sólo fue el principio.
Mi mundo empezó a crecer con la fotografía
A medida que iba creciendo, me iban llamando la atención más cosas. Una de ellas fue la fotografía.
Empecé a tener fijación por las cámaras de fotos porque capturaban lo que yo veía en ese momento. Jugaba mucho con las típicas cámaras de fotos de juguete de recuerdo, de esas que comprábamos en los viajes. Hacía clic una y otra vez y se repetían siempre las mismas imágenes de una ciudad, así que muchas veces me imaginaba que era una cámara de fotos de verdad y yo tiraba fotos reales. También jugaba, haciendo lo mismo, con las cámaras de juguete de broma, de las que salía un muñeco riéndose.
Harta mi madre de verme así, consiguió una cámara de fotos que le regalaban a base de puntos con no sé qué producto alimenticio. Y así, ya por fin, empecé a tirar mis primeras fotos reales. Como la cámara no era gran cosa, fui cambiándola por otras que parecían mejores y hasta usaba las típicas cámaras de usar y tirar que tan mágicas me parecían. Incluso llegué a explorar con una Polaroid que hubo por mi casa. ¡Aquello sí que era pura magia! Fotos instantáneas y cuadradas.
Ya en la preadolescencia, me regalaron mi primera cámara profesional, una réflex analógica. ¡La de fotos que pude hacer con aquella cámara! Hasta que me empezó a fallar…
También tuve una videocámara analógica para aficionados, de los primeros modelos que empezaron a vender para tener en casa y usarlos fácilmente. Exploré con ella y algún vídeo grabé, pero me seguía atrayendo más la fotografía porque me resultaba más cómoda y manejable. De hecho, me ha acompañado siempre.
Mientras tanto, además de la fotografía, fui probando con otro tipo de creaciones artísticas.
Desarrollé otras aficiones creativas, como escribir cartas
Cuando era pequeña, me gustaba mucho hacer cosas manuales creadas por mí.
Una de mis aficiones era la de escribir cartas, pero no cartas normales y corrientes. Cada vez que tenía que escribir a alguien, un amigo, un familiar u otra persona, hacía unas cartas especiales. Más o menos, un estilo de las que ahora llamamos Snail Mail o Correo Bonito. Mis cartas siempre iban acompañadas de dibujos o letras bonitas. Me gustaba decorarlas y meter regalitos, así, el destinatario se ponía contento, se acordaba de mí y, además, disfrutaba de algo bonito.
Recuerdo, por ejemplo, que todas las invitaciones de mi primera Comunión las personalicé. Las cartas eran sobres y folios ya decorados previamente. En el interior, les hice un dibujo de una niña con un vestido de primera Comunión en la puerta de una iglesia, y con letras bonitas escribí la invitación. ¡Lástima que no conserve ninguna de aquellas invitaciones!
También escribía a algunas marcas alimenticias con muchas promociones infantiles, o a la escritora e ilustradora Roser Capdevila, la creadora de Las tres mellizas (de las que, por cierto, soy muy fan desde muy pequeña). Recuerdo que, en todas estas cartas hacía dibujitos relacionados con el tema por el que escribía y eran de lo más originales. Muchas veces, hasta recibía respuesta dándome las gracias por lo bonitas que eran.
Así que, en los años 90, ya hacía cartas bonitas y especiales, escritas a mano con paciencia, delicadeza y personalizadas. Claro que, en aquellos años la gente todavía escribía cartas con bastante frecuencia. Era uno de los medios de comunicación más usados, ya que no teníamos ni teléfonos móviles ni internet. Aun así, mis cartas eran poco comunes y siempre disfrutaba mucho haciéndolas.
Tenía muchas otras aficiones creativas, pero, quizás, desde siempre he destacado con las que acabo de relatar.
Espero que lo hayas disfrutado. Aquí te he contado un pedacito de mí, para que descubras cómo fue surgiendo Asun Roma, esa parte de mí tan creativa, tan personal, tan yo.